NANAENADA EN NOAVESTRUZ
EL CUARTO DE JUEGOS
Por Christian Broemmel
NoAvestruz es un largo camino al corazón de la manzana; primero el bar o restaurante, angosto, mesas contra una pared, todo barra del otro lado; después de una puerta un patio también alargado con la boletería a la derecha, y a la izquierda una pared cubierta de plantas y sobre una mesa un pingüino de esos para vino con la inscripción “ahora soy una regadera” en la panza; más allá la sala, que es la única que se explaya a lo ancho. El espacio es mezcla de living, grada y sala de teatro. Ahí, NANAeNADA presenta su primer disco “Volée” esta noche.
Me siento adelante en un sillón con mesa ratona al frente, a dos pasos del micrófono apático y solitario que sin embargo en unos instantes se va a convertir en el objeto de las caricias de la cantante; más atrás los instrumentos, el contrabajo, de costado a lo largo en el suelo, que si tuviera un codo y un brazo que le sostuviera la cabeza estaría leyendo una revista; de la sonrisa ausente del teclado cuelga un vestido rosa.
Al rato entran los músicos: el guitarrista, Germán Tschudy, con alas de ángel mini y peluca otaku con reflejos rosados, la contrabajista, Katja Bürer, descalza con un vestido negro y largo de espalda abierta, el baterista, Pablo Belmes, con boa y anteojos oscuros, el tecladista, Pablo Droeven, casi vestido de mujer y con un tocado indescifrable sobre la cabeza. Nana, la cantante, no está. Los músicos construyen un clima sonoro a manera de introducción y en pocos segundo siento que todo está bien, que algo fluye, y me hundo en el sillón. El clima, de a poco va dejando la primacía al sonido de un tren y de pronto, de entre la gente aparece Nana, irrumpe; me enderezo en mi asiento y la veo moverse de un lado a otro con una valija vieja, casi un baúl, zapatos rojos y un vestido celeste corto hecho de plástico con burbujas para embalar cosas frágiles; y se acerca al micrófono, deja la valija en el suelo y dice con acento francés: Quien te ama siempre te espera.
Al rato entran los músicos: el guitarrista, Germán Tschudy, con alas de ángel mini y peluca otaku con reflejos rosados, la contrabajista, Katja Bürer, descalza con un vestido negro y largo de espalda abierta, el baterista, Pablo Belmes, con boa y anteojos oscuros, el tecladista, Pablo Droeven, casi vestido de mujer y con un tocado indescifrable sobre la cabeza. Nana, la cantante, no está. Los músicos construyen un clima sonoro a manera de introducción y en pocos segundo siento que todo está bien, que algo fluye, y me hundo en el sillón. El clima, de a poco va dejando la primacía al sonido de un tren y de pronto, de entre la gente aparece Nana, irrumpe; me enderezo en mi asiento y la veo moverse de un lado a otro con una valija vieja, casi un baúl, zapatos rojos y un vestido celeste corto hecho de plástico con burbujas para embalar cosas frágiles; y se acerca al micrófono, deja la valija en el suelo y dice con acento francés: Quien te ama siempre te espera.
Así empieza el primer tema de un show por demás interesante; los músicos son excelentes, la música una gran mezcla, una muy fértil sucesión y convivencia de pop, tango, canción francesa, canto lírico, opereta, aires hindúes, cumbia, tijera, rock, jazz, reggae, que se funden con absoluta naturalidad sobre el escenario, y la voz de la cantante es de una versatilidad asombrosa para moverse entre ellas. También se suceden y se mezclan los idiomas: el francés, el español, el inglés; el tango en inglés, la cumbia en francés, por ejemplo. Y el vestuario: al vestido celeste le sigue, después de un streaptease juguetón, una pollera hecha con globos, después antiparras y gorra de baño, una vincha con una gran mariposa encima, un miriñaque sin vestido encima, en un momento la cantante levanta el tubo de un teléfono con una banana al otro lado del cable, una jaula para pájaros en la cabeza con la puerta abierta para que pueda entrar el micrófono. Y todo esto se va hilando entre tema y tema, casi todos propios a excepción de algún cover, con frases y comentarios de Nana, guiños al público. Voy anotando al azar o no tanto, frases que dice o canta:
Solitude.
El está triste pero en algún momento se encuentra con alguien, o no. Sí.
Te atrapa. ¿Me atrapa?
Ya no te dejo más.
¿Cómo se dice te amo en francés?
Tú que abriste la puerta, te abro mi alma.
Pero el amor nunca dura para siempre.
I’d like to fly like a bird, like a ladybird.
Estaba bailando y le dije te amo te amo te amo. Y él: callate, boluda. Te voy a dejar. Pero si yo ya te dejé hace años. Entonces me di cuenta.
Entonces me drogo con eucalipto, con naftalina y lavandina.
Cae la pluma desde el cielo caótico.
Quiero detener en mí tu caída para siempre.
Después del caos, de la nada viene el todo, después de la espera viene algo, o alguien.
Passerá, passerá.
Soy así, soy asá.
Sigue soñando, sigue, sigue.
Pero más allá de la variación, de la sucesión, me pregunto qué es lo que queda, qué es lo que está siempre, cuál es la imagen completa. Miro el flyer a ver qué dice el espectáculo sobre sí mismo; leo: “En sus conciertos, NANAeNADA despliega una puesta en escena kitsch y colorida, recreando un cabaret freak y moderno.” Y pienso que algo de cierto tiene, pero que yo en el escenario veo además otra cosa. Veo el cuarto de juegos de una nena que juega a ser grande, que mira, que trata de interpretar el mundo de los grandes, que trata de contarlo ayudada por su arcón de los disfraces, disfraces que después de usados quedan desparramados por todos lados, que se divierte y seduce desde la sonrisa que pueda provocar cuando ve que dice algo que los mayores, el público, parecen haber entendido y valorado, que se anima a ser dramática por momentos pero siente la necesidad o le fluye naturalmente la purga por el humor; así veo al personaje de Nana, toda picardía y encanto, con su vestido hecho de material para proteger cosas frágiles, con su miriñaque que no soporta el peso de un vestido, pero también con sus zapatos rojos que la acompañan a todo lo largo de la función.